Un proselitista sin miedo de serlo; Lolo, Apóstol

En muchas ocasiones viene la mar de bien acudir a la fuente misma de las definiciones para saber a qué nos estamos ateniendo. Y si hacemos eso encontramos que hacer “proselitismo” es tener un empeño en tratar de convencer de alguien para que crea en algo en lo que antes no creía o, también, para que crea mejor.

Cuando San Pedro nos dice que debemos estar preparados para dar razón de nuestra esperanza, lo dice porque, dándola, es posible que quien no esté convencido de ella, pase a estarlo. Y, por tanto, hacer proselitismo es algo más que un deber porque pasa a ser una obligación.

Eso el Beato Manuel Lozano Garrido lo entendió a la perfección y lo llevó a cabo aunque pudiera no parecer esto cierto.

No es nada extraño que esto sea así porque Lolo vivió el furibundo ataque a la Esposa de Cristo en los años de fuego y sangre del siglo pasado, los años 30 del mismo. Y, es más, él mismo llegó a ser encarcelado y sufrió, ciertamente, tal persecución.



Todo abonaba el campo para que fructificar su simiente proselitista. Y eso hizo cuanto pudo.

En primer lugar, muchos pueblos lo vieron pasar haciendo, por decirlo así, propaganda de Acción Católica, de la que era un miembro algo más que activo y nada timorato.

Es más, Lolo no manifiesta duda alguna en hacer uso de la radio que era el medio más moderno para poder hacer uso de este con el fin de evangelizar. Y no tuvo miedo en convertir a quien no lo estuviera o en dar mayor fuerza a quien pudiera estar “flojo” en la fe o mostrase algún síntoma de tibieza.

Lolo, sí, proselitista católico que es algo que el mismo Cristo dijo a sus Apóstoles cuando los envío varias veces al mundo para que el mundo se convenciera de aceptar la Buena Noticia del Reino de Dios.

De todas formas podemos decir que Manuel Lozano Garrido llevó a cabo su labor proselitista desde lugares tan extraños como un sillón de ruedas o una cama, el suyo y la suya.

Lolo no sólo con su forma de ser sino con su recibir a aquellas personas que lo visitaban en busca de ayuda espiritual o de algún consejo de tal jaez, hace lo mismo que cuando se dirige al mundo cercano a través de la radio o cuando, pudiendo, pisa las calles de los pueblos como miembro de Acción Católica.



Y para mostrar que era eso lo que quería ser (y lo fue) lo dice aquí (en “Cartas con la señal de la Cruz):

“Aparentemente el dolor cambió mi destino de modo radical. Dejé las aulas, colgué mi título, fui reducido a la soledad y el silencio. El periodista que quise ser no ingresó en la Escuela; el pequeño apóstol que soñaba llegar a ser dejó de ir a los barrios; pero mi ideal y mi vocación los tengo ahora delante, con una plenitud que nunca pudiera soñar”.

Y así fue, aunque sobre su voluntad periodística hablaremos en una ocasión cercana.

Eleuterio Fernández Guzmán

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