Fanny Rubio: «Mi biografía la tejen una docena de libros de ensayo, crítica y creación»

Fanny Rubio

 

“Yo no tengo más experiencia que lo que he escrito. Mi biografía la tejen una docena de libros de ensayo, crítica y creación. Entre ellos y lo que no es libro he juntado miles de páginas que son mi historia. O a lo mejor mi verdadera historia son tres frases con suerte que me inventé a lo largo de estas páginas. Mi biografía de palabras me ha servido para pasar el tiempo en el mundo como mejor he podido: con ellas, palabras amables, leídas o escritas, he entendido mejor el mundo que me encontré al nacer y que acabó por no gustarme. Si me hubiera gustado, no hubiera necesitado leer otros mundos y mucho menos escribirlos.”

Fanny Rubio

 

Fanny Rubio (Francisca Rubio Gámez) nace en Linares en octubre de 1949. Tras su peripecia estudiantil (Linares, Granada, Madrid…) marcha a Fez, Marruecos donde enseña durante dos cursos en la Universidad de aquella ciudad. Vuelve a España al haber sido contratada por la UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia) como profesora adjunta y desde aquel año, 1977, ejerce como profesora de la Universidad Complutense de Madrid donde, como hemos dicho antes, se licenció, seis años antes, en Filosofía y Letras. También dirigió Instituto Cervantes de Roma de 2006 a 2008, etc.

La vida profesional de Fanny Rubio ha estado llena de lugares donde ha llevado su saber, de espacios donde ha demostrado su valía como profesora, poeta, escritora al fin y al cabo.

Obras suyas son, en novela, por ejemplo:

La sal del chocolate, 1992.

La casa del halcón,  1995.

El dios dormido, 1998.

El hijo del aire, 2001.

Fuegos de invierno bajo los puentes de Madrid, 2006.

O, también, en poesía:

Primeros Poemas, 1966

Acribillado amor, 1970, que obtuvo el Premio de Poesía de la Universidad Complutense de Madrid.

Dresde, 1990

Retracciones, 1982

Reverso, 1987

 

O, también, estos libros de ensayo:

Aportación a la historia de la poesía española de posguerra. Las revistas de poesía (1939-1970)

El Quijote en clave de mujer/es 

Baeza de Machado

Por supuesto, le han sido reconocidos los méritos que tiene Fanny Rubio.

Premio Meridiana 2007, del Instituto Andaluz de la Mujer de la Junta de Andalucía. ​

Encomienda de Isabel la Católica en 2009, por el Consejo de Ministros de España.

De todas formas, a pesar de haber llevado una vida incontestablemente exitosa en lo profesional, traemos aquí a Fanny Rubio por haber conocido a Lolo, allá por los años sesenta del siglo pasado. Y le hemos planteado una serie de preguntas, pocas en verdad, para  que nos diga, eso, cómo fue su conocer a nuestro amigo común, también de Linares, también escritor.

¿Quién es Fanny Rubio?

Una niña de Linares que estudió en el colegio de las «Josefinas», donde empezó a escribir; después cursó el Bachillerato en el Instituto Huarte de San Juan, con profesores inolvidables que, junto a Lolo, la animaron a publicar, que publicaron, mejor dicho, su primer libro de poemas; siguió con los estudios de Filosofía y Letras en La Universidad de Granada, en cuyas aulas siguió escribiendo, terminando la carrera de Filología en la Universidad Complutense, donde hoy enseña Literatura y sigue escribiendo (poesía, ensayo, novela) ya después de medio siglo. En los intermedios, creó el Departamento de Español en la Universidad de Fez y dirigió en Roma el Instituto Cervantes. Se casó en Madrid en 1971. Tiene una hija y tres nietos. 

¿Cuándo conoció a Lolo?

En el curso 1964-1965 , con dos compañeros del Instituto que también querían ser escritores. Llamamos por teléfono a su hermana Lucy, que nos dio una cita, como a tantos y tantas. Después me acogieron Lolo y Lucy con enorme generosidad por lo menos una vez por semana hasta que me marché a Granada. Cada vez que llegaba alguien a su casa hacían la fiesta del afecto y yo los visitaba con frecuencia, con la carpeta de poemas, con la timidez del principiante acogido como un Rimbaud. Yo vivía con mi familia en la calle Ventura de la Vega, que estaba muy cerca de su casa, pero pedía antes el permiso de Lucy, pues Lolo, quien tenía muchas visitas y citas prefijadas, era para nosotros una autoridad de carisma especial».

«Para mí representaba una Biblioteca parlante, se lo había leído todo y comentaba con quienes empezábamos en esto de las letras tanto lo que tenía en su memoria de lector como lo que le iban leyendo cada día, o que dictaba, manifestando en cada momento lo que pensaba acerca de lo que sucedía a su alrededor y de las gentes de la época, como buen periodista disciplinado con su horario. Hablaba poco de sí mismo, salvo en momentos excepcionales. Siempre era la Literatura nuestro tema. Cuando trababa las tragedias, lo hacía sin trauma, con una carga de esperanza, capacidad de «sobrenadar» y buen humor capaces de curar toda herida. 

¿Nos puede decir alguna característica especial que pudiera, en su tiempo, apreciar en la relación que tuvo con Lolo?

Era un maestro en toda regla. Aprendí mucho de sus artículos, me contagió de la alegría de repartir textos a través de la prensa. Le debo desde entonces mi presencia en los periódicos, tanto en la sección de opinión como en la de crítica o «Tribuna» . Acariciaba las páginas de la revista «Sinaí», entre otras, como si fueran sus parientes más queridos, que le traían noticias de gentes sacrificadas o doloridas que necesitaban su consuelo, su alegría, su naturalidad. Particularmente me dio mucha confianza en el terreno de la poesía en la que yo comenzaba como novata, explicándome el género a través de «El jardinero» de Rabindranath Tagore, cuya edición leíamos y releíamos muchas veces en la versión de Zenobia Camprubí, la esposa de Juan Ramón Jiménez, con un prólogo «Al jardinero» de  Juan Ramón: «Jardinero, tu jardín es como una noche feliz de vivos sueños -no sé si larga o corta-.cuyo amanecer le dejara el alma todavía, en los ojos del cuerpo, la realidad alegre de las estrellas».

Desde entonces, cuando leo poesía recuerdo la lectura que hizo del poema de Juan Ramón Jiménez en la edición de Tagore. «Lolo» tenía su jardín de Tagore, esperaba la llegada de la primavera y el canto de los pájaros con una intensidad prodigiosa con su huerto de palabras que florecía gracias a su capacidad trascendente de creador y que repartía generosamente a todo el que llegara a él. Pero era consciente de sus momentos de dolor que  resistía con fe, con su oración interior a la manera de los místicos. Comentamos las «Elegías de Duino» de Rainer María Rilke. Después vendrían Albert Camus, Antonio Machado, Carmen Laforet, Michel Quoist («El Diario de Daniel», «El Diario de Ana María») Theilhard de Chardin, el «Diario de Juani», la universitaria arrollada por un tranvía…Los artículos de la revista «Vida Nueva», de Martín Abril, de Pérez Lozano…Alguna vez alrededor de personajes del Nuevo Testamento».

Ahora mismo, en la distancia que hay entre el hoy y aquellos años finales de la década de los sesenta del siglo pasado, ¿ha quedado en su corazón algún poso de haber conocido a Lolo?

Todo aquél que lo conociera accedió, por poco o por mucho tiempo, a su siembra de palabras reparadoras y cordiales que jamás empleó para hablar mal de nadie, ni contra los equivocados o malévolos del género humano, con amor `por la naturaleza, las aves, el reino animal en suma. Su capacidad compasiva me acercaba a la despedida del «Quijote» que lo hace en la última página «aconsejando bien a quien mal te quiere», buena máxima para los periodistas, y una forma de actualizar lo de «Amar a vuestros enemigos» evangélico.

Creo que ninguno pudo ser indiferente a su capacidad de puente entre todos y todo y entre lo visible y lo invisible, como los grandes poetas del siglo XX. Quienes estábamos en proceso de formación cuando o conocimos nos impregnamos de su concepto de «verdad», tanto en el campo investigador y docente y periodístico o creativo. Le debo mucho a aquellas conversaciones tranquilas alrededor de su mesa redonda. Le debo unas páginas de una de mis novelas («rara» en mi producción) dedicada a María Magdalena, «El dios dormido» en 1998, que los lectores contemporáneos de la revista «Vida Nueva» conocen bien.

Como usted sabrá más que bien, en el libro de Lolo  «Las estrellas se ven de noche»  hay un capítulo dedicado a su persona de título «Mariposa que vuelas». ¿Tiene algo que agradecer a Manuel Lozano Garrido?

«Al empezar en este campo duro, fascinante y compensador que es el de la escritura, con una voz incipiente, dos poemas, un cuaderno y un boli barato, que Lolo me echara a volar a los aires del mundo con ese texto, creó en mí enorme responsabilidad. Lolo había perdido ya el sentido de la vista,  pero su inteligencia y su fervor por la hermandad humana transmutaba toda atmósfera en semilla cuando estabas en contacto con él. Me siento agraciada por ese don y esa responsabilidad y tengo muy a gala su aversión a la floritura que es la mía en beneficio de la verdad.

«Lo comprobé en diciembre de 2007, estando en Roma en la Piazza San Pietro con la poeta Belén Reyes, por casualidad, cuando Benedicto XVI, tras el «Ángelus» pronunció su nombre con motivo del proceso de beatificación de Lolo ya en marcha; Un reencuentro gozoso en medio de una multitud planetaria sobre la que sobrevolaban las aves de Roma, que le agradezco desde entonces cada día, particularmente en mis noches».

Como podemos ver, aunque hayan pasado algunas décadas desde que Fanny Rubio y Lolo se conocieran, allá por las ilusiones de una vida por delante y la experiencia del periodista santo, ha quedado, en el corazón de la poetisa, algo muy común en las personas que conocieron personalmente a Manuel Lozano Garrido, que no es otra cosa que el ansiar dar de sí lo mejor que pueda ser dado.

Gracias, por otra  parte, damos a Fanny Rubio por haberse hecho presente en el corazón de los que tenemos a Lolo por amigo, como ella  lo fue y lo será, creemos, siempre.

Eleuterio Fernández Guzmán

 

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