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Lolo

¡Cuidado, que Lolo contagiaba!

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¡Cuidado, que Lolo contagiaba!

 

Sí, ya sé que esto, así dicho y sin anestesia alguna, puede resultar extraño dados los tiempos en los que nos encontramos donde los virus están al orden del día. Sin embargo, sostengo sin temor a equivocarme que Lolo, en vida y ahora mismo, contagiaba y contagia.

El contagio, a nivel enfermedad, supone que un ser vivo transmite a otro eso, una enfermedad y siempre supone algo que no es bueno, como podemos imaginar.

Sin embargo, otra acepción de tal palabra supone algo así como transmitir una idea, un sentimiento o una actitud de una persona a otra que no siempre ha de ser mala cosa (como es un virus, en sí mismo considerado). Y ahí entra Lolo a la perfección. Por tanto, el Beato de Linares contagiaba y vaya que si contagiaba y, por decirlo así, el poder de su virus espiritual ha llegado a nuestros días porque, gozosamente, sigue contagiando.

Cuando el linarense universal fue forjando una forma de ser, una aceptación de su sufrimiento y, en fin, un modo de manifestarse al mundo que le rodeaba, no podemos negar que andaba el buen hombre por un camino no muy fácil. Eso es más que sabido y no hace falta que añadamos algo a lo ya más que conocido.

Lolo, así, desde su yo, estuvo propiciando un contagio que tenía que ver, por ejemplo,

-Con una forma esperanzada de ver las cosas,

-Con una idea del mundo donde no contaban sus padecimientos,

-Con la expresión de gozo y de fe que llenaba su propio corazón,

-Con una expresión de alegría que era, sobre todo, natural pero sobrenatural en el fondo,

 

Que Lolo contagiaba lo aquí apenas dicho tiene expresión en sus propias palabras porque a los pies de la Virgen, en su viaje a Lourdes, dijo:

Te ofrezco la alegría, la bendita alegría”.

El caso es que alguien que, en su situación, es capaz de ponerse a los pies de la Madre de Dios y ofrecerle la alegría… en fin… no deja de ser grande cosa que sea capaz de hacer eso.

Lolo contagiaba, sí; y contagia, también, porque no deja de impresionarnos que hoy, en pleno siglo XXI haya habido quien, como es su caso, haya sido capaz de pasar los momentos físicos que pasó (en sus libros está dicho todo) y sonreír sobrenadando por todo lo que le estaba haciendo daño. Y por eso contagia con tanta fuerza y lo hace no con un virus mortal en lo mundano sino eterno en lo espiritual.

Manuel Lozano Garrido, para el mundo del alma, Beato Lolo, supo aceptar, con una paz que no acabamos de comprender, aquellos planes que Dios tenía para sí. Y lo hizo de tal forma que no podemos negar que es un ejemplo que seguir en los momentos en los que nosotros nos podamos encontrar que sean iguales (que suponemos no lo serán tanto pero…) y, entonces, sentirnos acogidos en el corazón de Dios a través del suyo que, ya en el Cielo, no sufre como aquí sufrió.

Eleuterio Fernández Guzmán