Del afeitado con espuma y navaja al cortapelo eléctrico. La evolución del sector de la peluquería masculina podría escribirse a través de las memorias de una familia de Linares, los Muñoz, que han marcado el estilo de miles de sus conciudadanos a lo largo de más de un siglo de historia.
Desde que José Muñoz pusiera en marcha la primera peluquería, entonces en la calle Santiago, los clientes fieles a la profesionalidad de esta saga de peluqueros han emigrado con ellos a cada una de sus ubicaciones. Manuel Muñoz, el abuelo, quiso mejorar el negocio familiar, allá por 1941, por lo que la antigua peluquería de la calle Santiago se trasladó hasta la calle Riscos, cerca de las Ocho Puertas, con establecimiento que ofrecía hasta tres zonas de trabajo donde los linarenses de la época encontraban un lugar de encuentro y charla.
Esta peluquería fue la escuela de Pedro Muñoz, el padre, que pasaría de ser pelado por su padre en uno de los nuevos sillones de trabajo de la Peluquería Masculina Muñoz a dirigirla décadas después. «Mi padre nunca quiso que yo me dedicara a esto pero era lo que me gustaba. No fui buen estudiante y a pesar de que estudié Bachillerato, terminé en la peluquería», recuerda Pedro, que recientemente pasaba el testigo definitivo a su hijo Carlos, para el que su progenitor tampoco quería un futuro con la tijera en la mano, pero la sangre tira, y en su caso tanto por parte de la familia paterna, como materna (Martín), hay tradición peluquera.
Clientela fiel
El actual local, abierto por Pedro junto al abuelo Muñoz en la década de los sesenta, y recientemente renovado por Carlos, ha sido escenario de muchas anécdotas en la vida de esta saga de peluqueros que, a día de hoy, conservan clientes que en su día estrenaron el establecimiento de la calle Riscos. «Es una satisfacción mantener clientes tantos años, algunos con más de 90 años, que siguen acudiendo a nosotros a día de hoy, y con ellos sus hijos y nietos», reconoce Carlos.
En otros casos la relación entre cliente y peluquero ha sido mucho menos duradera en el tiempo, pero tan intensa o inesperada que ha quedado marcada en la memoria de este establecimiento. Así, Pedro recuerda el día en que el campeón del mundo de ajedrez entre 1993 y 1999, Anatoli Karpov, que se encontraba en la ciudad para participar en el Torneo Internacional de Ajedrez, llegó a la peluquería casi de incógnito para acicalarse antes de participar en el campeonato. «No se me olvida ese día porque casi nos hizo cerrar la peluquería al público para que no le vieran», explica Pedro Muñoz que, entre sus recuerdos alberga muchas estampas propias de la picaresca para conseguir un peinado gratis, desde una madre que dejó a su hijo ‘olvidado’ a quienes no les gustó el resultado final, pero también quienes contaban con un bolsillo caprichoso y llegaban a pagar mil pesetas por un peine metálico «porque se había encaprichado».
Pero más allá de lo anecdótico la peluquería Muñoz es un lugar de encuentro y charla entre quienes allí se dan cita porque, como reconoce Carlos, «el hombre en la peluquería es igual o más ‘marujón’». Los sillones de trabajo se convierten temporalmente en un diván donde, entre tijeretazo y tijeretazo, se escuchan todo tipo de historias. «Solo intentamos hablar poco de política y de fútbol, según el grado de confianza, pero muchas veces terminas siendo un árbitro de la moderación en la conversación», reconocen padre e hijo.
Hace unos días, Carlos Muñoz quiso tener una atención especial con su padre y para ello reunió en la peluquería (recientemente remozada) a un grupo de amigos, clientes todos desde hace muchos años y departieron en un acto con anécdotas, recuerdos y elogios hacia su profesionalidad. Carlos tuvo palabras de gratitud hacia Pedro y ambos recibieron el aplauso unánime de quienes arroparon a esta familia en tan sencillo y al tiempo relevante acto de reconocimiento a una saga de peluqueros de Linares.
Así las cosas, la tradición centenaria de la familia Muñoz vinculada a la peluquería masculina terminará con la jubilación de Carlos pues sus hijas, al menos de momento, no se muestran interesadas en la profesión «o al menos no solo en la masculina». Irene Téllez. IDEAL.